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Writer's pictureBabel Arts

Un Día Mágico

Courtesy of Cristina Adassus



Conocerte ya fue mágico.


Después de dos intentos frustrados, mi mente se resistía a abandonar ese sueño. No podía deshacer de mi cabeza la maleta ya preparada para ese ansiado viaje, y fue así que el sueño fue más fuerte y en el tercero mi nombre sonó. Sonó tan fuerte que se escuchó desde Teherán.


Ese gran día se materializó al llegar a tu ciudad otomana, la ciudad de los minaretes, la antigua Bizancio o Constantinopla…, la maravillosa Estambul.

Mi naturaleza tranquila se vio alborotada al mismo instante de pisar tu tierra turca, no solamente por su milenaria historia sino también porque iba a conocerte… el hombre que inspiró mis relatos, a la persona que hizo de mí la escritora que soy hoy, convirtiéndome en tu fan.


El reloj marcó el día y la hora señalados, había llegado el momento de ir a la cita y mis emociones estaban a flor de piel, tanto que, al arribar, hasta en el lugar se respiraba esa turbulencia de sentimientos.


Tu entrada fue triunfal, claro, no podía ser de otra manera; imponía tu presencia azul, quizá por haberle robado el color al cielo diáfano de ese día. Te paraste en la entrada, sonriente, feliz y me imaginé que habías ido nada más que por mí, sin que nadie nos viera, sin nadie alrededor, solos tú y yo.


Te vi tan alto a mi lado que me sentí más pequeña de lo que realmente soy, pero tu carisma, tu gracia, tu atractivo encanto, hizo que me olvidara de lo físico para enfocarme únicamente en admirar tu sonrisa, tus dientes blancos como perlas, tu cabello azabache con destellos azulados, tus manos suaves, cuidadas y tus ojos… esos ojos que tanto dicen sin hablar, que tanto saben expresar enojo, dolor, felicidad, tristeza, y que fueron los motivos de mis musas.


Tu mirada, con agradable asombro por la acogida, recorrió ese ámbito cargado de una fuerte energía innegablemente positiva y al posarse en mí sentí, con desconsiderado egoísmo, que tus brazos me rodeaban impregnándome tu calor. Alguien te invitó a sentarte y yo lo hice enfrente tuyo, nos separaba nada más que una pequeña mesa, si estiraba mi mano hubiera podido tocarte, con suavidad y delicadeza, como si tocara una piedra preciosa.


Yo me sentía flotar, como en una nube… ¡iba a poder hablar contigo!

Parecía algo irreal, surrealista. El silencio en el salón se hizo presente como una cometa en el cielo que se deja llevar por la suave brisa que sopla sin sonidos. Yo turbada como una adolescente que es besada por vez primera, entré en un estado de fascinación, mientras tú seguías desplegando tu carisma innato, ignorando el efecto que provocabas en mí.


Cuando logré reaccionar de ese embrujo, mis labios se abrieron temblorosos emitiendo las primeras palabras para ti. Me presenté, ¿lo recuerdas?, contándote de mis relatos y de mi audacia para escribir mi primera novela. Me intimidé bajo la atenta mirada de tus ojos color café y no negros como yo siempre había creído que eran…, pero así mismo continué, no tenía que desaprovechar la oportunidad que el destino me había regalado.


Tu ceño se frunció cuando te mencioné el argumento de mi libro, sorprendiéndote de que haya tocado algo tan sensible para ustedes, los turcos. También hablamos del cuento Ojos Negros, que te llevé traducido en tu idioma, me hiciste preguntas…, ¡yo no podía creer que estuviera viviendo ese momento! ¡Cara a cara contigo!

Mi ilusión quiso completarse cuando te di mi regalo, que con mucho amor mandé hacer con un orfebre de mi querida ciudad argentina. Pero mi desilusión fue más grande cuando vi que no lo abriste, a decir verdad, no abriste los regalos de nadie, y además firmabas autógrafos y te tomabas selfies. ¡Pero yo quería que vieras mi regalo!


No tuve mejor idea que pararme arriba de un banco para ver lo que pasaba contigo y las personas que te rodeaban (¿cómo… no estábamos solos tú y yo?). Ahí me di cuenta que todas habían sido más inteligentes: te estaban entregando los paquetes abiertos.


¿Qué podía hacer entonces? Observé que tus colaboradores colocaban los regalos en un rincón; sin que me vieran, actuando como ladrona, hurté mi regalo: un hermoso llavero de plata con tus iniciales. Lo desenvolví y con él en la mano y desde arriba del banco te llamé por tu nombre, bien fuerte, no me importó nada ni nadie, y claro, escuchaste mi voz y me miraste, mientras yo oía que alguien me enfrentaba enojada y con justa razón por interrumpir a las que estaban contigo. Logré tu atención y te alcancé el llavero, lo tomaste y lo miraste acercándotelo. Fueron segundos, tan escasos que no me permitieron tomar la foto deseada pero sí cumplir con mi objetivo: que vieras mi obsequio. Con el tiempo, la foto del llavero en tu mano extendida apareció gracias a la oportuna toma que realizó algún ángel allí presente.


El encanto de esas horas siguió luego cuando me tomé varias fotos a tu lado, otras dándote mi libro, y lo más increíble fue cuando tú mismo me pediste el celular para sacarte las selfies conmigo, ¡tus huellas digitales habían quedado grabadas en la funda de mi teléfono!


Sí, ese día fue un gran día, inolvidable y mágico, un día para no olvidar.

¡Dime que tú también recuerdas todos esos momentos, si no pensaré que he enloquecido!


Ah, creo que no te presenté: ¡él es Engin Akyürek!

Fotografías tomadas el 15 de diciembre de 2017 en la Fundación Darüşşafaka, Estambul, Turquía.




















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