Courtesy of Cristina Adassus
Omar y Elif apostaron por su gran amor y decidieron unirse para siempre en una sencilla ceremonia a orillas del mar, rodeados de sus amigos cercanos y familiares más íntimos.
Al culminar los festejos con ella en sus brazos y felices como nunca, Omar entró en la habitación nupcial.
Ella se sorprendió al ver lo que allí la aguardaba.
—¡Oh! —exclamó mientras se cubría la boca con las manos, y sus ojos, agrandados por el asombro, recorrían el cuarto.
Una dulce fragancia a lavanda y rosas que emanaban de las velas encendidas, envolvían en una subyugante semi penumbra, el lecho matrimonial y los rincones de la habitación.
El dosel caía lánguidamente a los costados cubriendo la blancura de sus sábanas con el transparente tul. Pétalos de rosas rojas esperaban el conjuro de ese amor esparcidos en el lecho, como soplados con etérea elegancia por la brisa marina que, indiscreta, se daba paso por los ventanales.
—Omar, ¿cuándo hiciste todo esto?
Elif se sintió una princesa, sorprendida y feliz.
—Mientras tú te arreglabas para la ceremonia —respondió turbado por haber dejado al descubierto esa faceta romántica que tantas veces ella le reclamó.
Él la sentó suavemente en la cama. Sin hablar, se amaron con sus ojos, transmitiéndose todo su amor. La respiración de ambos comenzó a acelerarse. Era como una primera vez. Omar tomó su rostro con sus dos manos, lo acarició con tanta delicadeza que ella percibió el temblor en su cuerpo; con el pulgar de su mano derecha recorrió lentamente su frente, sus párpados, sus mejillas, sus labios. Sus ojos no dejaban de apartarse.
Elif hizo lo mismo acercándose más a él, cultivando la ternura y la comunicación de los cuerpos. Él correspondió a esa comunicación, hundiendo sus dedos en sus cabellos, sintiendo el aroma fresco que ellos despedían.
Entonces se besaron. Besos suaves y prolongados. Ardientes y sensuales. Sus ojos al cerrarse reflejaron la entrega mutua. La proximidad les permitió percibir los latidos de cada uno. Sus corazones palpitaban acelerados, excitados, parecían cantar de alegría porque despertaban la pasión que sentían el uno por el otro. Hasta sus respiraciones parecían poseer un sabor cálido, dulce y tibio que los elevaría al éxtasis.
Omar rodeó con sus brazos la espalda de Elif, bajó la cremallera del vestido de novia y dejó la tersa piel al desnudo. Con sus palmas abiertas la aprisionó y la acarició de manera sensual.Se miraron a los ojos nuevamente..., estos brillaban, tenían el brillo del deseo y el amor correspondido. Elif comenzó a desabrochar la camisa de Omar. Uno a uno, los botones se desprendieron hasta llegar al último. Apoyó sus manos en su pecho fornido y retiró la prenda que cayó a espaldas de él. Lo abrazó, recorrió su boca con pequeños besos que llegaron hasta su cuello. Cada beso era una entrega más de amor.
—¡Ah mi amor! —dijo Omar, mientras la apartaba con ternura y la miraba con grata sorpresa y una pícara sonrisa—, ¡tu pasión se ha convertido en una tormenta!
Ella, ruborizada por la situación y su tono juguetón y sarcástico, le dio unos golpecitos en su espalda, y se rio con él mientras se acurrucaba en su cuello. Acercó sus labios a su oído.
—Sí —dijo mientras besaba su cuello y susurraba también en su oído—: «Quiero despertar a tu lado y decirte que esto será hasta la eternidad».
—Omar, ese sueño se ha cumplido, ¡amémonos ya! —contestó totalmente desinhibida.
—¡Mi amor, te amo, te deseo!, ¡tus besos son la gloria para mí!
En ese momento sus bocas se abrieron, se fundieron sus labios y una explosión de sensaciones estalló en ese encuentro sensual y carnal a la vez.
Omar se tumbó en la cama y extendió su mano en señal de invitación, la tomó tan lentamente que creyó que jamás la alcanzaría, tiró de ella y sus cuerpos se enredaron con absoluto frenesí.
Afuera, bajo la noche estrellada, solo se escuchaban los sonidos del mar y de las olas que, intrépidas y bravías, se lanzaban contra las rocas de la playa.
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